Todos nosotros, como seres humanos, cumplimos varios roles de manera simultánea durante nuestras vidas: hijo, hermano, padre, novio, esposa, jefe, funcionario, etc. El tiempo y las circunstancias ajenas a nuestra voluntad parecen apoderarse de nuestras decisiones y se nos hace progresivamente más complejo definirnos de una sola manera, por mucho que lo intentemos.
Además de lo dicho anteriormente, también se suma una nueva identidad/rol a nuestra cotidianeidad: nuestro rol empresarial, el cual se vincula a su vez a una marca institucional o corporativa. Cuando empezamos a ser miembros de un equipo de trabajo y ejercemos funciones dentro de una empresa, no debemos olvidar que nuestro comportamiento desde ese preciso instante se verá siempre asociado a la imagen de dicha empresa, su marca y sus valores.
No solamente el uniforme que vistamos y el merchandising que utilicemos le dará una pista a los demás de que trabajamos en X empresa o para X marca, sino también todo lo que hagamos en función del beneficio (o en contrapartida, en detrimento) para los demás dejará una huella imborrable en su memoria. Más de uno de nosotros puede dar numerosos ejemplos y anécdotas sobre aquella vez que algún “Martín de recepción” o alguna “María de ventas” nos ofreció una solución más allá de nuestras expectativas, lo que nos hizo volver a esa empresa y confiar en esa marca, aunque dicha elección implique (o no) mayores costos, desplazamientos o procesos más complejos. Y, de igual manera, siempre recordaremos a aquella persona que nos hizo pasar una mala experiencia, sin importar cuántos beneficios nos ofrezcan para volver a confiar en ellos.
En resumen: lo que hacemos, importa. Y lo que hacemos representando a una marca o empresa, importa aún más. Porque no solamente nos afecta como marca, sino que también influye en lo que la gente percibe sobre nosotros mismos aunque ya haya pasado el tiempo y ya no trabajemos en X empresa.
¿De qué nos sirve pensar en este tipo de cosas?
Pasar de la reflexión a la acción lleva tiempo, pero vale la pena. Acciones tomadas sin cuestionar nuestra esencia nos llevarán a un camino sin rumbo, sin mediciones y muy posiblemente sin obtener los resultados que deseamos. Pero si nos ocupamos en analizar profundamente “Quiénes somos ante la empresa y qué es la empresa para nosotros” y diseñamos estrategias concretas de marketing que reflejen ese proceso, lo más probable es que descubramos un potencial que desafíe nuestra propia imaginación.
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